Hugo Castignani, en un estudio que relaciona las distopías literarias con algunas corrientes filosóficas contemporáneas, apunta al libro tercero de los Viajes de Gulliver, en 1726, como uno de los primeros indicios del surgimiento de la distopía como género literario, concretamente en el fragmento que parodia las ensoñaciones de Francis Bacon.
Sin embargo, el primero que utilizó el término «distopía» como tal fue el filósofo británico John Stuart Mill, quién en 1868 criticó a los miembros conservadores de su gobierno llamándolos “dys-topians, or caco-topians” (el término “caco-topian”, comenta Castignani, fue utilizado por Jeremy Bentham medio siglo atrás).
Mill definió el término diciendo que, si lo utópico es aquello demasiado bueno para ser cierto, lo distópico sería aquello demasiado malo para ser cierto. Esto apuntaría a una concepción de la distopía como contraria a la utopía, pero si analizamos detenidamente el género utópico y buscamos los problemas que finalmente se explicitan en el género distópico, comprobamos que más bien debemos entender la distopía literaria como una crítica al concepto de utopía, como la cara oculta de la utopía.
Vemos dos ejemplos claros en 1984 de Orwell y en Un mundo feliz de Huxley. La primera muestra los peligros de un estado totalitario que busque la perfección, la segunda nos advierte de las consecuencias ético-políticas del progreso científico-tecnológico; supuesto “avance” que ha representado otra vía por la que, en los últimos tiempos, el ser humano ha intentado alcanzar la sociedad perfecta.

Los habitantes de un territorio cuentan con distintas ideologías, el ser humano es plural, las sociedades humanas son plurales: imponer la misma ideología a todos los habitantes de territorio requeriría una política totalitaria y, en consecuencia, la falta total de libertad. Eliminar las diferencias a nivel genético, creando a los seres humanos en serie, como ocurre en la distopía de Huxley con los grupos Bokanovsky, sería igualmente alejar al ser humano de su condición plural, supondría su total extrañamiento.
El extrañamiento o alineamiento del hombre ha sido ampliamente discutido por los filósofos contemporáneos. Karl Marx lo encontraba en el trabajo en serie de la sociedad industrial, que utiliza a los seres humanos como objetos. Aunque la solución de Marx es precisamente un sueño utópico, pues prevé una sociedad sin clases en un supuestamente idílico final de la historia.
En las distopías se nos presentan sociedades extrañadas, sus habitantes se han visto alejados de su condición humana. Entre ellos suele surgir un «héroe antisitema» que, en su descontento con la sociedad, buscará la verdadera esencia del hombre en los pueblos no industrializados (Un Mundo Feliz) o en las clases bajas (1984), donde la esencia del hombre, imperfecta, todavía permanece inalienable.
Estas obras de ciencia ficción, sobra decirlo, nos están hablando de la realidad humana. No somos todos iguales, por eso no podría funcionar una sociedad que pretenda hacernos completamente idénticos. Siempre habrá personas (incluso siendo creadas en laboratorios) que notarán que algo no va bien: si todos hacen exactamente lo mismo, si todos se comportan siguiendo las convenciones establecidas, es que algo falla.
En un principio, los “héroes antisistema” no saben qué es exactamente lo que va mal, pero presienten que algo está por encima de ellos, controlando la supuesta sociedad feliz. Finalmente descubren que el control y la igualdad se hallan cogidos de la mano: conseguir que en una sociedad piensen todos igual, requiere el dominio absoluto de las mentes de las personas. En una sociedad, no hay total igualdad sin un control exhaustivo de sus ciudadanos, ya que el ser humano, si libre, es plural.
Un acto o una ideología concretos difícilmente serán vistos por todos como buenos o como malos, normalmente se dará la pluralidad de opiniones. De igual forma, desde un punto de vista concreto difícilmente se entenderán todos los actos o ideologías como buenos o como malos, normalmente una persona considerará algunas cosas malas y otras buenas. Siempre habrá maldad, desde un punto de vista u otro. En lugar de obsesionarnos por erradicar la “sombra”, como la llamaba el psicólogo suizo Carl Gustav Jung, deberíamos aprender a convivir con el hecho de que siempre habrá cierta oscuridad en las personas:
“La sombra no es siempre, y necesariamente, un contrincante. De hecho, es exactamente igual a cualquier ser humano con el cual tenemos que entendernos, a veces cediendo, a veces resistiendo, a veces mostrando amor, según lo requiera la situación. La sombra se hace hostil sólo cuando es desdeñada o mal comprendida” [C. G. Jung, El hombre y sus símbolos (p. 175)].
Conclusiones
En conclusión, pretender que una sociedad sea «perfecta» conlleva imponer una idea concreta de perfección a toda la sociedad. Esto se debe a que el ser humano es plural, las personas darán distintas respuestas al preguntarles qué es la perfección.
En las utopías modernas se empieza a mostrar este problema y en las distopías contemporáneas se hace explícito: igualdad absoluta y libertad resultan incompatibles a la práctica. Las sociedades, plurales por naturaleza, cuentan con diferentes visiones de la perfección, por lo que la expresión “sociedad perfecta” se presenta como un oxímoron.
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