Introducción
“Sí, muy propio de ustedes. Librarse de todo lo desagradable en lugar de aprender a soportarlo”
[A. Huxley, Un Mundo Feliz (p. 297); el Salvaje al Interventor]
Siempre hemos perseguido la mejora del mundo en el que vivimos, pero de “mejor” a “perfecto”, así como de “grande” a “infinito”, hay diferencia: “mejor” puede ser aplicado a un cambio posible, tal vez ya observado, pero la perfección es una abstracción y en ningún caso ha sido observada o, siquiera, coherentemente imaginada.
Además, ¿qué significa exactamente “bueno”? Sobra decir que no todos coincidiríamos en la respuesta, y mucho menos en cuanto a “perfecto”. Es esta pluralidad de opiniones lo que hace que sean incompatibles la igualdad y la libertad si se llevan al extremo: la pretensión de una sociedad totalmente homogénea deja de lado el hecho de que el ser humano, si libre, es plural.
Por este motivo, la búsqueda de una sociedad “perfecta” conlleva la alienación de las personas que viven en ella, su extrañamiento, pues la perfección consistiría en alejarnos de la naturaleza imperfecta y plural del ser humano. Este problema de filosofía política se muestra reflejado de forma evidente en las distopías literarias del siglo XX, pero si observamos atentamente el género precedente al distópico, el género utópico, encontraremos ya el problema insinuado.
Tal vez los autores humanistas no plasmaron conscientemente este problema en sus utopías, pero podemos encontrar paradojas en la organización de estas supuestamente “perfectas” ciudades. Estas paradojas siguen sin resolver en la actualidad: la tensión entre igualdad y libertad se muestra cada vez que queremos llevar uno de los dos polos a sus máximas consecuencias.
Para comprobar que esta tensión, de hecho, se da, basta con observar la historia, sobre todo en los intentos reales del siglo XX de llevar a la práctica supuestas utopías. Encontramos un claro ejemplo en las dictaduras comunistas, las cuales han mostrado que, como dice George Orwell en Rebelión en la Granja: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros” [G. Orwell, Rebelión en la Granja (p. 121)]. Y aunque la total igualdad fuera realmente alcanzable, tal vez fabricando a los seres humanos en serie como en la distopía de Aldous Huxley, conllevaría la eliminación de uno de los rasgos característicos del ser humano: su pluralidad.
Muchos pensadores han hablado de la imposibilidad de realizar los sueños utópicos o de lo indeseable que sería que se cumplieran. Aunque no todos los estudiosos entienden las utopías como alegorías en clave de crítica socio-política, muchos hacen una lectura puramente literaria y las consideran simples ficciones.
Thomas More, al escoger el nombre de su país ideal, realizó un juego de palabras que bien nos puede referir a esta doble interpretación del género: “utopía” puede referirse a un “lugar bueno” (del griego: eu-topos) o a un “no lugar” (de: ou-topos). Podemos ver en la isla de Utopía el modelo a seguir, pero también podemos verla como el “país de nunca jamás”, como aquello con lo que soñar, pero que nunca podremos alcanzar. Esta visión, tal vez la más realista, parece ser la que More entendía: aunque pretendió conservar la ambigüedad en el nombre de la isla, finalmente confiesa que esta clase de república más la desea que la espera.
En esta entrada realizamos un breve recorrido por la tradición pre-utópica y veremos las diferencias principales entre la Utopía de Thomas More y la república platónica; así como las diferencias entre las utopías renacentistas y el Cielo cristiano medieval. También expondremos el contraste que se da entre la Utopía de More y la obra que para Moisés González García representa un buen contrapunto “realista”, el Príncipe (1532) de Maquiavelo.
Camino en el Bosque ofrece también una reseña de la Utopía de Thomas More, así como de las distopías Un Mundo Feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell.
Cerramos esta serie de entradas con La Quimera de la Perfección II, donde analizamos el género distópico y concluimos que, tras los intentos históricos de llevar a la práctica supuestas utopías, las distopías literarias muestran una clara conciencia del problema que supone perseguir la quimera de la perfección.
En estos géneros, el utópico y el distópico, a veces entendidos como opuestos y a veces como partes de un todo, se muestra el citado problema de la incompatibilidad entre igualdad y libertad, así como las diversas consecuencias socio-políticas que acarrea esta incompatibilidad.

El género utópico
Se considera que el género utópico comienza con Thomas More y su Utopía, en 1516. Ciertamente, More acuña el término “utopía”, pero podemos remontarnos mucho más atrás en la historia si, en lugar de atender al uso del término, nos preguntamos simplemente por ficciones que especulen acerca de lugares o épocas ideales.
En la Edad Media encontramos la leyenda de Jauja o Cucaña, además de una larga tradición cristiana, cuyos fundamentos incluyen un supuesto paraíso tras abandonar el mundo terrenal. Si nos remontamos todavía más, encontramos en la mitología greco-romana la famosa Arcadia, la Edad de Oro y, por supuesto, la República de Platón. La idea es la misma en todos estos casos: se trata de un momento o lugar ideales en los que se alcanza la perfección.
Si se quiere alcanzar esta perfección en alguna suerte de orden social, habría que realizar, no un pequeño cambio, sino uno enorme, pues la sociedad dista mucho de ser perfecta. Es en este punto donde muchos pensadores consideran que se encuentra la imposibilidad de las utopías y las reducen a meros imaginarios inalcanzables.
Ésta es la opinión del filósofo inglés David Hume: “Todos los proyectos de gobierno, que suponen una gran reforma de costumbres de la humanidad, son absolutamente imaginarios. Tales son las repúblicas de Platón y la utopía de Sir Thomas More” [Hume, “Idea de una república perfecta”, en Ensayos políticos (p. 407)]. Sin embargo, podemos encontrar diferencias cruciales entre Platón y More.
Diferencia entre la Utopía de More y la República de Platón
Por un lado, tenemos la República, sin duda una de las obras más leídas y comentadas de Platón. La diferencia principal con la obra de More es que la república platónica representa, además de una sociedad idealmente justa, una alegoría del alma justa.
Los líderes (que para Platón debían ser los filósofos), así como la razón en el alma justa, deben conocer la idea de justicia y gobernar a los otros estamentos.
Los soldados, así como la parte irascible del alma, deben ser valientes y perseguir las “altas pasiones”, como la del honor.
Los productores, como la parte concupiscente del alma, deben cuidarse de no dejarse llevar por las “bajas pasiones”.
Esta característica aleja sin duda la obra de Platón de la Utopía de More. Así como el hecho de que, para mantener su ciudad ideal, Platón propone medidas extremas, como que padres y madres no conozcan cuáles de los niños de la ciudad son sus hijos, para que así cuiden de todos por igual: una medida que sin duda hubiera resultado inmoral en el Renacimiento, pero en un clima de guerras constantes entre pueblos, como le tocó vivir a Platón, tal vez fue vista con otros ojos.
Diferencia entre la Utopía de More y el Cielo cristiano medieval
También hay diferencias entre las utopías medievales y las renacentistas. La diferencia crucial entre la obra de More, por un lado, y los conceptos utópicos de la tradición judeo-cristiana, por otro, es que lo que para judíos y cristianos era un “Regnum Dei”, para los renacentistas es un “Regnum hominis”.
El paraíso divino baja a la tierra para ser un paraíso humano, como señala el filósofo alemán Max Horkheimer: “La utopía del Renacimiento es la secularización del Cielo en la Edad Media” [Horkheimer, “Los comienzos de la filosofía burguesa de la historia”, en Historia, metafísica y escepticismo (p. 92)].
No obstante, en el Cielo medieval y en las utopías renacentistas encontramos el mismo anhelo, ése que los seres humanos tienen por ser lo que no son; Horkheimer considera que tanto en la tradición judeo-cristiana como en las utopías literarias encontramos ese infructífero deseo humano.
La idea de que en el ser humano hay un espíritu más soñador y otro más realista nos acompaña desde la antigüedad y ha engendrado, a través de la pluma de Cervantes, los caracteres arquetípicos de Quijote y Sancho. Las diferentes organizaciones políticas ficticias planteadas en la literatura están también impregnadas de esta doble esencia humana. Por ello, finalizamos analizando el contrapunto realista que supone el Principe de Maquiavelo.
Comparación de la Utopía de More con el Príncipe de Maquiavelo
Niccolò di Bernardo dei Machiavelli afirma que aquellos que entiendan de política optarán por su opción realista, pues la política no es pensar en cómo nos gustaría que fueran las cosas, sino gestionar las cosas tal como son e intentar mejorarlas en la medida de lo posible.
Maquiavelo acepta que la eficacia no siempre puede combinarse con la rectitud moral, a diferencia de los humanistas de su época, a los que critica fervientemente. Considera que, quien conozca la naturaleza humana y las exigencias del poder, sabrá que a veces son necesarias la violencia y la fuerza.
Maquiavelo hizo célebre la frase “el fin justifica los medios”, considera que a veces es necesario que los líderes realicen acciones poco éticas, si con ellas se avanza en la dirección adecuada: “se debe reprender al que es violento para estropear, no al que lo es para componer” [Maquiavelo, Discursos (p. 57)].
Como señala Moisés González García en Utopía y poder en Europa y América, esto supone una postura claramente opuesta a la de humanistas como More: con el Príncipe, Maquiavelo rompe con toda la tradición de pensamiento político idealista que había comenzado con Platón.
A pesar de cierto cinismo, que dio origen al término “maquiavélico”, la lección que nos enseña el pensador italiano es que, en lugar de perseguir imposibles, el ser humano debe intentar alcanzar una clase de bien que sí esté a su alcance. El problema principal de los humanistas es que su visión de la naturaleza humana era demasiado optimista, un ser humano “nacido para la paz y la concordia”, como lo describía Erasmo de Roterdam. Pero la perspectiva de Maquiavelo es más pesimista, o tal vez realista:
“Es necesario que quien dispone una república y ordena sus leyes, presuponga que todos los hombres son malos y pondrán en práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo libremente.” [Maquiavelo, Discursos (p. 57)]
Como señala Moisés González García, la característica crucial que diferencia el pensamiento de Maquiavelo del de humanistas como More, es que los humanistas consideran que hay una esencia humana buena que ha sido contaminada con el tiempo, mientras que Nicolás Maquiavelo no considera que haya habido nunca una esencia humana completamente buena.
Esto nos conduce de nuevo al tema de la pluralidad humana y la consecuente incompatibilidad entre igualdad y libertad. Un problema que empieza a insinuarse en utopías humanistas como la de More (Véase La Utopía de Thomas More) y que, finalmente, es expuesto de forma más directa en las distopías literarias del siglo XX (Véase La Quimera de la Perfección II).
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